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Un viaje entre teclas: la historia de la máquina de escribir

 Un viaje entre teclas: la historia de la máquina de escribir

En 1865, el reverendo Rasmus Malling-Hansen fue nombrado director del Instituto Real para Sordomudos de Copenhague e inventó la primera máquina mecanógrafa, que llamó skrivekugle (bola de escribir) por su forma. En su trabajo se dio cuenta de que mientras la mayoría de la gente solo podía escribir cuatro caracteres por segundo, con el lenguaje de sordos se llegaba a doce. ¿Podría diseñarse un aparato que lo imitara? Había que resolver la parte mecánica, lo que no era complicado porque ya existía algo similar: el piano. Lo más costoso sería averiguar la mejor disposición de las letras en el teclado para obtener la velocidad de escritura rápida.

Malling-Hansen fabricó un modelo de porcelana semiesférico, dibujó las letras sobre él y se puso a estudiar con paciencia los tiempos de escritura para diferentes configuraciones de teclado. Al final colocó las letras más usadas al alcance de los dedos más rápidos, con las vocales a la izquierda y las consonantes a la derecha. Logró 800 pulsaciones por minuto. Con esta base diseñó la skrivekugle, parecida a un gran alfiletero.

La patentó y no dejó de mejorarla. La bola triunfó en Copenhague y en las exposiciones universales de Viena (1873) y París (1878). Recibía pedidos de todo el mundo y se convirtió en la primera máquina de escribir que se produjo a escala comercial, pero tenía un fallo: no se veía el papel ni lo que se escribía en él a medida que pasaba el dispositivo.

Mientras, en Estados Unidos, el editor Christopher Latham Sholes y el impresor Samuel W. Soulé patentaron en 1866 una máquina para numerar páginas de libros y tiques, y se la mostraron a Carlos Glidden, un abogado e inventor aficionado que estaba trabajando en un arado mecánico. Este les preguntó si la máquina no podría imprimir letras además de números, así que los tres unieron fuerzas y se pusieron a diseñar una. Su primer modelo tenía un teclado con dos filas con teclas de marfil para letras mayúsculas y teclas de ébano para números. No incluyeron ni el 1 ni el 0 porque pensaron que bastaba con la O y la I, que cumplirían doble función. La máquina era una más de tantas que había en circulación y eso dificultaba la búsqueda de un socio financiero. Lo encontraron en James Densmore, que cuando vio la máquina no quedó muy convencido y propuso al trío mejorarla. Soulé y Glidden abandonaron el proyecto y dejaron solos a Sholes y Densmore.

Uno de los aspectos claves seguía siendo el teclado. Densmore sugirió separar las combinaciones de letras más habituales para impedir los atascos, pues el tiempo de recuperación de una tecla una vez pulsada era lento.

Así nació por idea de Sholes el teclado QWERTY. Sin embargo, Sholes estaba cada vez más harto de su invento, al que consideraba “un cruce entre un piano y una mesa de cocina”. Al final vendió a Densmore la parte de su patente por 12000 dólares. Entonces el único socio que quedaba en pie se puso a buscar un fabricante a gran escala y lo encontró en una empresa de armamento de la guerra de Secesión: E. Reming¬ ton and Sons, que al terminar la contienda se había puesto a diversificar su oferta y además de armas construía máquinas de coser y maquinaria agrícola. El 1 de marzo de 1873 Remington entró en el juego y se comprometió a fabricar mil máquinas de escribir con opción de producir otras 24000. Densmore se quedó con la exclusiva de la venta y distribución. Para ambas partes fue un negocio redondo.

Redaccion Diario de Palenque

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