Diario de un Reportero
Luis Velázquez
El sueño de un joven periodista
El primer enviado especial
El tecleador que trabaja más
DOMINGO
El enviado especial
450 años Antes de Cristo, Herodoto se convirtió en el primer reportero enviado especial a otros confines de la tierra para seguir el cosquilleo del Rocinante, y como trabajador de la información, caminar y caminar de un lado a otro del mundo.
Entonces, metió sus tiliches en un morral y se fue al continente asiático, sin grabadora, sin celular, sin libreta de taquigrafía, más que apostando a su memoria para acumular información de la vida en los pueblos donde llegaba y luego sentarse a escribir.
Así, escribió y publicó “Los 9 libros de la historia” que son el periplo de su primera aventura reporteril.
Entonces, claro, ningún periódico se publicaba en el planeta; pero, en contraparte, se escribía para libros.
En aquella época, nunca, jamás, Herodoto soñó con entrevistar a la elite gobernante, su fuente informativa era la gente, el ciudadano común y sencillo, los hombres y mujeres, la llamada sociedad civil.
Fue, incluso, el mismo esquema que observaba Ryzard Kapuscinski, el mejor reportero del siglo XX, cuando era invitado por un jefe de prensa a su país.
Iré, decía, alguna vez; pero por cuenta de mi periódico, de mi agencia noticiosa, y buscaré siempre entrevistar a la gente.
La gente, pues, hablaría del estilo personal de ejercer el poder de los políticos.
LUNES
El discípulo de Herodoto
A los 17 años de edad, cuando andaba con suecos y había ganado un concurso literario en la escuela, Ryzard Kapuscinski, reportero novato en un periódico, fue enviado al continente africano por su jefa de Información, que a principios del siglo pasado ya pastoreaba a los reporteros.
Entonces, le obsequió el libro de Herodoto, “Los 9 libros de la historia” para que lo leyera en el viaje y conociera lo que había publicado el primer enviado especial de la tierra en la faena reporteril.
En su viaje, Kapuscinski cuenta que leyó tres veces el libro de Herodoto, como aquellas películas que necesitan verse varias ocasiones, porque en cada exhibición se redescubren cositas; pero, además, se va conociendo el hilo narrativo para seducir al espectador.
De algún modo fue la misma estrategia de Gabriel García Márquez cuando iniciaba en el periodismo, tiempo aquel cuando leía a sus escritores preferidos y de inmediato aplicaba las claves de sus estilos descriptivos en sus crónicas y reportajes en la búsqueda obsesiva de un estilo propio.
MARTES
El aprendizaje de un reportero
Desde luego, la mejor escuela de formación periodística suele aprenderse en un periódico “nacional”, aquellos que suelen publicarse en la metrópoli de la república, pues el proceso educativo consiste en lo siguiente:
Uno. El reportero de planta es puesto a prueba en la ciudad de México, por ejemplo.
Dos. Si se sale victorioso, entonces, el jefe de Información lo empieza a mover de norte a sur de la república.
Tres. Y si aprueba el examen con mención honorífica, entonces, se convierte en un enviado especial en América Latina.
Incluso, y si se diera la circunstancia, a cubrir algún frente bélico.
Cuatro. Y si aprueba, entonces, el mundo le queda chiquito y lo mueven en los cinco continentes.
Se trata, digamos, de un lógico proceso de madurez, pues la dirección general del medio necesita la garantía de un reportero confiable que enaltecerá la misión periodística.
Por supuesto, en la provincia mexicana, nunca, jamás, suele aplicarse tal modelito y, con frecuencia, el tecleador se queda en la misma fuente informativa el resto de su vida.
MIÉRCOLES
Un reportero excepcional
Carlos Denegri fue contemporáneo de don Julio Scherer García en el periódico Excélsior.
Ambos iniciaron como reporteros al mismo tiempo y se conocían virtudes y defectos.
Scherer lo conocía tanto que alguna vez dijo que, en efecto, se trataba del mejor reportero en la historia del país; pero, al mismo tiempo, “el más vil”.
Denegri hablaba siete idiomas y en misiones reporteriles caminó en el mundo.
Cada vez que salía de viaje al extranjero era fama pública que arrastraba varias cajas gigantescas con un montón de libros sobre las ciudades y los pueblos y las naciones que visitaría para empaparse de su historia.
Pero, además, leía el mayor número de periódicos serios y confiables para mantenerse actualizado en la información.
Y cuando tecleaba solía tener varios libros en el escritorio, pues en el texto conjuntaba la mirada sociológica, antropológica, filosófica, económica, religiosa, psicológica, sobre el asunto correspondiente.
Todos los días, a la hora del cierre, alrededor de la una de la madrugada, cuando en los talleres estaban por terminar la edición, Carlos Denegri regresaba al periódico para revisar la última prueba de sus columnas diarias y ahí mismo, de ser necesario, corregir.
Cuando Manuel Mejido llegara a la ciudad de México para desarrollar su carrera reporteril, preguntó a los compañeros el nombre del mejor periodista y cuando le dijeron que era Carlos Denegri se presentó a sus oficinas y le pidió una oportunidad de aprender periodismo a su lado.
JUEVES
La diferencia entre un reportero y otro
Don Manuel Buendía, asesinado por la espalda en el segundo año del presidente Miguel de la Madrid, aseguraba que en el periodismo ningún reportero es mejor que el otro.
“La simple diferencia es que uno trabaja más que el otro” afirmaba, y por esa razón era mejor.
Y es que, bueno, y por ejemplo, si un reportero como Kapuscinski hablaba ocho idiomas, de entrada tiene una súper ventaja frente a un colega que sólo habla el idioma natal.
Y si un tecleador como Kapuscinski solía leer cuatro y cinco libros a la semana… frente a uno que solo lea el periódico donde trabaja, resulta natural que lleve ventaja.
Y si, además, lee periódicos y revistas, y tiene fuentes de información excepcionales que le pasan tips, datos, hechos, circunstancias, documentos, va de gane.
Y si, además, escribe y publica libros, y libros exitosos en el mercado, y camina en el mundo, sus vivencias y experiencias y fogueos lo vuelven mucho mejor.
VIERNES
El sueño de un joven reportero
El joven Julio Scherer es reportero de Excélsior y cubre la fuente informativa de la UNAM. Luego, la Procuraduría General de la República.
Un día descubre que en la PGR le entregan un billete mensual en un sobre; pero él, nunca, jamás, lo ha sabido.
Y protesta. Se enfurece. Y lo denuncia.
De pronto, siente que un reportero solo puede crecer, primero, si anda de norte a sur del país atrás de las historias más terribles.
Y segundo, si su periódico lo envía al extranjero, ya sea para cubrir hechos especiales, quizá eventos oficiales de primer nivel.
El joven Scherer está ansioso. Pero otros colegas son los preferidos.
Entonces redescubre en la sala de su casa los cuadros pictóricos de algún artista famoso de la época.
Y en un arrebato, soñando con otro periodismo, los descuelga y los vende en una galería.
Y con el importe del dinero se financia su viaje. Y sus textos llegan a primera plana, en portada, incluso a 8 columnas.
A su regreso, solicita el perdón de sus padres y explica la pasión desenfrenada de un reportero que sueña con tirar a la luna.