

Por: ALEJANDRO RAMOS MAGAÑA / SHD
Un dato histórico a resaltar es que la pandemia por el COVID-19 provocó a nivel mundial que las emisiones de dióxido de carbono (CO2) descendieran aproximadamente un 7% durante 2020, debido a la reducción económica, industrial, de movilidad interna y viajes, así como en la generación de electricidad, según reportó en su momento el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).
Pese a la grave crisis sanitaria que se vivió hace 5 años, este reporte fue un signo alentador para intensificar de manera sostenida la lucha para disminuir las emisiones de los Gases de Efecto Invernadero (GEI) que provocan el calentamiento global.
Lamentablemente, desde 2022 todos sectores productivos se reactivaron y de esta forma las emisiones tóxicas a la atmósfera volvieron a impactar la calidad del aire, así como inténtelo calentamiento global.
Sin duda, esta reducción del 7% en 2020 fue de poca efectividad hasta la fecha, y si no se aplican medidas urgentes para reducir las emisiones hasta un 25%, como se tienen previstas en el Acuerdo de París (en la que participaron 195 países, en 2015), las consecuencias podrán ser catastróficas a nivel global.
El PNUMA, en su Informe sobre la Brecha de Emisiones 2020, advirtió que a pesar de este descenso en las emisiones de dióxido de carbono (al bajar la quema de combustibles fósiles), aún el planeta se encamina peligrosamente a un aumento de temperatura de 3 grados Celsius en este siglo, pues la reducción del 7% que dejó la pandemia representó—según expertos—, el 0,01 grados Celsius del calentamiento global para el 2050.
Recordemos que el Acuerdo de París (durante la COP21) trazó como objetivo central acotar el calentamiento global entre 1.5 y 2 grados Celsius en el 2030, y esto sólo se podrá lograr si la reducción de los GEI alcanza el 25%.
Los últimos seis años se han registrado temperaturas altas récord a nivel mundial con resultados altamente dañinos para la humanidad y la naturaleza: sequías extremas, huracanes más potentes y sucesivos, tormentas (pese a que la tendencia mundial es de menos lluvias), los glaciares se derriten y los incendios forestales son más frecuentes y prolongados. Todo lo anterior aunado a que en varios países la destrucción de bosques y selvas sigue fuera de control, y con ello las migraciones son más intensas en los llamados corredores secos donde la tierra ya no produce, como ocurre en Centroamérica.