Por: AGENCIA / SHD

A tan solo unos pasos de la superficie, en pleno centro de Tizimín, Yucatán, existe un lugar que pocos imaginarían encontrar: las catacumbas. Este sitio subterráneo, situado a cinco metros de profundidad, ha sido durante décadas un espacio envuelto en misterio, leyendas y arte popular. Fue descubierto hace aproximadamente 90 años, y desde entonces, ha sido testigo de una transformación silenciosa pero significativa.

El actual propietario del lugar, heredero de este enigmático rincón, ha dedicado gran parte de su vida a darle forma y sentido. Con herramientas simples y una paciencia infinita, ha esculpido directamente sobre la roca diversas figuras que hoy pueblan las paredes del recinto. Rostros, símbolos, formas humanas y místicas surgen entre los pasillos, creando un ambiente que se asemeja a un santuario ceremonial.

Las catacumbas no solo representan un atractivo turístico emergente, sino también un ejemplo del esfuerzo individual por preservar y reinterpretar la historia local. Cada figura tallada, cada rincón del laberinto subterráneo, cuenta una historia o evoca una leyenda del pasado yucateco. La combinación entre lo artístico y lo espiritual da al espacio una atmósfera única, en la que se mezclan lo ancestral y lo contemporáneo.

Más allá de su apariencia misteriosa, las catacumbas de Tizimín se han convertido en un reflejo del alma de la región: trabajadora, creativa y profundamente conectada con su pasado. Aunque aún no son ampliamente conocidas, quienes han tenido la oportunidad de descender a este mundo oculto coinciden en que la experiencia es reveladora, casi como un viaje en el tiempo.

Las catacumbas de Tizimín son, sin duda, uno de esos tesoros ocultos que merecen ser conocidos, valorados y protegidos, no solo por su belleza, sino por el testimonio que ofrecen del vínculo entre el hombre, la tierra y su historia.