Por: AGENCIA / SHD
Con apenas 20,3 centímetros de altura, el Mantiklos “Apolo” es una de las esculturas más enigmáticas del período arcaico temprano de la Antigua Grecia. Tallada alrededor del 700–675 a.C. y encontrada en Tebas, esta pequeña figura de bronce ofrece más preguntas que respuestas, a pesar de sus más de 2.700 años de antigüedad.
Lo primero que llama la atención es la inscripción tallada en uno de sus muslos, donde se lee que la figura fue ofrecida al dios Apolo por Mantiklos, probablemente un ciudadano o guerrero griego que dejó esta escultura como ofrenda votiva. Pero el verdadero misterio empieza ahí: ¿la figura representa a Apolo o al propio Mantiklos?
Ese detalle depende de un fragmento ausente: el brazo derecho de la escultura se ha perdido. Si ese brazo alguna vez sostuvo una lanza y un escudo, sería un autorretrato idealizado de Mantiklos como guerrero devoto. Pero si sostuvo arco y flecha, símbolos típicos de Apolo, estaríamos ante una imagen directa del dios.
Más allá del enigma de identidad, el Mantiklos “Apolo” es una pieza clave en la evolución del arte griego. Marca la transición entre las rígidas formas geométricas del estilo daédico —caracterizado por cuerpos alargados y rostros en forma de triángulo— hacia una escultura más naturalista y anatómicamente precisa. Se pueden apreciar detalles más refinados en el torso, la musculatura y la postura, que anuncian el desarrollo del ideal clásico griego siglos después.
Actualmente, esta figura se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Boston, donde sigue desafiando a arqueólogos, historiadores del arte y visitantes por igual. A pesar de su tamaño modesto, el Mantiklos “Apolo” guarda en su silueta de bronce las tensiones estéticas, religiosas y culturales de una Grecia en transición.