Por: AGENCIA / SHD
Cada otoño, millones de mariposas Monarca emprenden una hazaña imposible para casi cualquier otro ser vivo: cruzar un continente completo desde Canadá hasta los bosques de oyamel en México.
Son más de 4,500 kilómetros atravesando tormentas, sequías, vientos, zonas frías y regiones donde la comida escasea. Su recorrido no es lineal ni garantizado: enfrentan huracanes en el Golfo, calor extremo en Texas, vientos secos en la Sierra Madre Oriental y un tramo particularmente letal en Tamaulipas.
Mientras que un humano necesitaría hasta 120 días para recorrer esa distancia caminando al límite físico, la Monarca lo consigue en solo 75 días, con un cuerpo que pesa menos que una hoja seca.
Su supervivencia depende de un destino muy específico: los bosques de oyamel, capaces de mantener un microclima estable entre 0°C y 15°C durante el invierno, lo que evita que las mariposas se congelen o se deshidraten.
Desde 1992, científicos y voluntarios en Canadá y Estados Unidos colocan micro-tags en sus alas: adhesivos biodegradables que pesan menos de 1 mg y miden 9 mm, apenas un poco más grandes que una escama del ala.
Gracias a estos marcadores, hoy se sabe que solo 1 de cada 100 Monarca marcadas llega a México. Sin esa información, su migración seguiría siendo un misterio. La Monarca enfrenta amenazas crecientes: deforestación, tormentas cada vez más violentas, calor extremo y la pérdida del algodoncillo, la única planta donde puede reproducirse. En algunas temporadas, se ha perdido hasta 80% de la población migratoria.
Su viaje depende de un solo lugar en el planeta: los santuarios de oyamel en Michoacán y el Estado de México. Proteger ese bosque no solo conserva un paisaje; garantiza que esta especie siga cruzando el continente generación tras generación.